domingo, 12 de noviembre de 2017


Oscuras noches de boleros.
Cantando para aliviar los apagones.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Allá por el año setenta y ocho La Habana tenía una planificación rigurosa para sus apagones, a mi barrio le tocaba los lunes, miércoles y viernes, desde las ocho a las diez de la noche.

Vivía ya para entonces en la calle Indio, en la casa de la familia Ferrer, a donde llegué un día, para quedarme definitivamente, pasando parte de mi niñez y toda la adolescencia. Ya para ese tiempo teníamos asumido, que llegando las ocho de la noche de esos días tan señalados, no nos quedaba otro remedio, que irnos a visitar algún amigo en otro barrio privilegiado, o que no le tocara ese día el apagón, o sencillamente quedarnos en casa y pasárnoslas lo mejor que pudiéramos.



De aquella época me quedó una costumbre muy particular, cuando estoy en un lugar donde escasea o no hay luz eléctrica, me pongo a cantar y es porque en aquellos tiempos en la casa nos reuníamos en la sala, y cada uno ocupando su lugar, que ya era fijo, comenzábamos a interpretar una ronda de canciones, cantando su tema y el siguiente respondiendo con otro que tuviera relación en su texto, o sea, que creamos nuestras descargas, pero a secas, sin nada más que el propósito de pasar aquellas dos horas de martirio inacabables en penumbras.



Regularmente en la sala solíamos ser alrededor de siete u ocho personas para la ocasión y lo que en principio era una forma de evasión a los apagones, se fue convirtiendo en una costumbre, y para eso nos preparábamos en dos bandos, los hombres éramos cuatro y las mujeres igual número pero a veces con refuerzos. Comenzaban ellas, casi siempre con algún bolero o canción de Moraima Secada o Lourdes Torres, que para aquella época eran la vanguardia del ataque musical al sexo opuesto, le echaban a los hombres en las canciones que interpretaban y aquellas armas eran las que regularmente utilizaban las feminas en la descarga. Nosotros por lo regular acudíamos a recursos más pobretones, como boleros nobles de Manzanero, Vicentico Valdés, Tejedor y cuanto mortal nos sirviera para sacar la cara.



Había momentos, en que el clima musical se caldeaba un poco, apenas nos veíamos las caras en aquella penumbra, iluminadas malamente, por la luz del improvisado farol que hacíamos, con un tubo de pasta dental vacío, un pomo de cristal de boca ancha y un poco de algodón humedecido en keroseno, así la sangre no llegaba a la calle, porque siempre nos asistía el “alumbrón”, quedando allí para otra ocasión, la mas belicosa de las respuestas musicales, al grito eufórico de: <“llegó la luz”>.



De lo que sí puedo dar fe, es que aquellas tertulias o descargas a oscuras fueron sembrando la semillita de la inquietud musical de cada uno de los que en ellas participábamos, muchas veces hasta el viejo Ibrahim dejaba caer sus estrofitas. De aquella época recuerdo un bolero, que hasta hoy, ha sido mi preferido, se titula “Mil congojas” y recuerdo, que lo tomábamos como comienzo de la descarga, haciendo alusión al recién cortado suministro eléctrico, o sea, se iba la luz y ya la primera nota que se escuchaba era en la voz de cualquiera de los que íbamos a buscar nuestros respectivos lugares era: <prefiero una y mil veces que te vayas>



Un día de esos locos que han tenido nuestras costumbres en la isla, no se fue la luz, pero como ya todo el barrio estaba acostumbrado a un horario riguroso, nadie se movía de sus respectivos lugares, incluyo aquí a nuestros vecinos de los edificios circundantes y los de enfrente, que situados en sus balcones ya esperaban el apagón, demás está decir que se nos escuchaba en toda la cuadra, desde Monte hasta la calle Rayo y como no se producía el apagón, no cantábamos.



Pasados unos diez minutos sin que se produjera el corte de luz, ya nos estábamos preocupando cuando escuchamos desde la calle a nuestro vecino Manolo: <¿Qué coño pasa allá arriba, es que hoy no piensan cantar ?, ¡vamos, que se hace tarde y yo a las diez me voy a dormir!


Todos salimos al balcón y nos encontramos algo increíble, en sus puestos estaban cada uno de nuestros vecinos, esperando que se fuera la luz y a la vez que comenzara la descarga, y abajo en medio de la calle, en camisetas con las manos a la cintura, Manolo, que terminaba su arenga así: <Oye, si no pueden hacerlo con luz, no se preocupen que yo les quito el tapón acá abajo>


No nos quedó otro remedio que echarnos a reír todos y comenzar a descargar desde el mismo balcón. Nada, que las costumbres en nuestra tierra se hacen leyes y el cubano por demás es un animal de las suyas.