Oscuras
noches de boleros.
Cantando para aliviar los apagones.
Por Oniel Moisés Uriarte.
Allá por el año setenta y ocho La Habana tenía una
planificación rigurosa para sus apagones, a mi barrio le tocaba los lunes,
miércoles y viernes, desde las ocho a las diez de la noche.
Vivía ya para entonces en la calle Indio, en la casa de la familia Ferrer, a
donde llegué un día, para quedarme definitivamente, pasando parte de mi niñez y
toda la adolescencia. Ya para ese tiempo teníamos asumido, que llegando las
ocho de la noche de esos días tan señalados, no nos quedaba otro remedio, que
irnos a visitar algún amigo en otro barrio privilegiado, o que no le tocara ese
día el apagón, o sencillamente quedarnos en casa y pasárnoslas lo mejor que
pudiéramos.
De aquella época me quedó una costumbre muy particular, cuando estoy en un
lugar donde escasea o no hay luz eléctrica, me pongo a cantar y es porque en
aquellos tiempos en la casa nos reuníamos en la sala, y cada uno ocupando su
lugar, que ya era fijo, comenzábamos a interpretar una ronda de canciones,
cantando su tema y el siguiente respondiendo con otro que tuviera relación en
su texto, o sea, que creamos nuestras descargas, pero a secas, sin nada más que
el propósito de pasar aquellas dos horas de martirio inacabables en penumbras.
Regularmente en la sala solíamos ser alrededor de siete u ocho personas para la
ocasión y lo que en principio era una forma de evasión a los apagones, se fue
convirtiendo en una costumbre, y para eso nos preparábamos en dos bandos, los
hombres éramos cuatro y las mujeres igual número pero a veces con refuerzos.
Comenzaban ellas, casi siempre con algún bolero o canción de Moraima Secada o
Lourdes Torres, que para aquella época eran la vanguardia del ataque musical al
sexo opuesto, le echaban a los hombres en las canciones que interpretaban y
aquellas armas eran las que regularmente utilizaban las feminas en la descarga.
Nosotros por lo regular acudíamos a recursos más pobretones, como boleros
nobles de Manzanero, Vicentico Valdés, Tejedor y cuanto mortal nos sirviera
para sacar la cara.
Había momentos, en que el clima musical se caldeaba un poco, apenas nos veíamos
las caras en aquella penumbra, iluminadas malamente, por la luz del improvisado
farol que hacíamos, con un tubo de pasta dental vacío, un pomo de cristal de
boca ancha y un poco de algodón humedecido en keroseno, así la sangre no
llegaba a la calle, porque siempre nos asistía el “alumbrón”, quedando allí
para otra ocasión, la mas belicosa de las respuestas musicales, al grito
eufórico de: <“llegó la luz”>.
De lo que sí puedo dar fe, es que aquellas tertulias o descargas a oscuras
fueron sembrando la semillita de la inquietud musical de cada uno de los que en
ellas participábamos, muchas veces hasta el viejo Ibrahim dejaba caer sus
estrofitas. De aquella época recuerdo un bolero, que hasta hoy, ha sido mi
preferido, se titula “Mil congojas” y recuerdo, que lo tomábamos como comienzo
de la descarga, haciendo alusión al recién cortado suministro eléctrico, o sea,
se iba la luz y ya la primera nota que se escuchaba era en la voz de cualquiera
de los que íbamos a buscar nuestros respectivos lugares era: <prefiero una y
mil veces que te vayas>
Un día de esos locos que han tenido nuestras costumbres en la isla, no se fue
la luz, pero como ya todo el barrio estaba acostumbrado a un horario riguroso,
nadie se movía de sus respectivos lugares, incluyo aquí a nuestros vecinos de
los edificios circundantes y los de enfrente, que situados en sus balcones ya
esperaban el apagón, demás está decir que se nos escuchaba en toda la cuadra,
desde Monte hasta la calle Rayo y como no se producía el apagón, no cantábamos.
Pasados unos diez minutos sin que se produjera el
corte de luz, ya nos estábamos preocupando cuando escuchamos desde la calle a
nuestro vecino Manolo: <¿Qué coño pasa allá arriba, es que hoy no piensan
cantar ?, ¡vamos, que se hace tarde y yo a las diez me voy a dormir!
Todos salimos al balcón y nos encontramos algo
increíble, en sus puestos estaban cada uno de nuestros vecinos, esperando que
se fuera la luz y a la vez que comenzara la descarga, y abajo en medio de la calle,
en camisetas con las manos a la cintura, Manolo, que terminaba su arenga así:
<Oye, si no pueden hacerlo con luz, no se preocupen que yo les quito el
tapón acá abajo>
No nos quedó otro remedio que echarnos a reír todos y
comenzar a descargar desde el mismo balcón. Nada, que las costumbres en nuestra
tierra se hacen leyes y el cubano por demás es un animal de las suyas.